Cuando llega julio, Córdoba se transforma. Las sierras se visten de neblina, los pueblos se llenan de aromas caseros y la ciudad cobra vida con planes que abrigan el cuerpo y el alma. No hace falta viajar lejos ni gastar una fortuna para vivir unas vacaciones de invierno inolvidables. A veces, la magia está más cerca de lo que creemos. Te presentamos tres planes que lo confirman.

1: Paseo en la ciudad: invierno con arte y café

¿Preferís quedarte en la ciudad? ¡No hay problema! Córdoba Capital tiene planes para todos los gustos, y uno de los más completos es el Paseo del Buen Pastor. En pleno Nueva Córdoba, este espacio cultural mezcla arquitectura histórica con arte contemporáneo, gastronomía y aire libre.

Durante julio, el Paseo suele tener una agenda cargada: muestras de arte, talleres para chicos, ciclos de cine, música en vivo y danza. Y lo mejor: casi todo es gratuito. También es un excelente punto de partida para recorrer a pie el barrio, que está lleno de cafés, librerías, museos y tiendas de diseño.

2. Villa General Belgrano: un invierno con sabor alemán

Entrar a Villa General Belgrano en invierno es como cruzar a otra dimensión: fachadas de madera, techos a dos aguas y aromas a strudel y cerveza artesanal por todos lados. Fundada por inmigrantes alemanes, esta joyita del Valle de Calamuchita combina la calidez centroeuropea con la hospitalidad cordobesa.

Durante julio, la villa se llena de actividades: espectáculos callejeros, ferias de artesanías, visitas guiadas, y una oferta gastronómica que tienta a cualquiera. La estrella del mes: el Festival de la Cerveza Artesanal de Invierno, donde podés probar birras locales bien servidas y platos típicos como salchichas con chucrut, goulash o fondue.

Con neblina matutina o sol de tarde, el paisaje siempre se presta para la foto perfecta. Ideal para parejas, grupos de amigos y familias con ganas de desconectar.

3. La Cumbrecita: postales de un cuento de invierno

Apenas llegás a La Cumbrecita, el tiempo se desacelera. Esta aldea peatonal —sí, sin autos— es una rareza encantadora en pleno Valle de Calamuchita. Todo está pensado para caminar, contemplar y respirar naturaleza.

En invierno, el pueblo parece sacado de una postal: techos con escarcha, chimeneas humeando, y calles que crujen bajo los pies. Si tenés suerte, podés ver nieve cubriendo los abedules del Bosque Encantado o cayendo suavemente sobre el puente de madera que cruza el arroyo Almbach.

El plan ideal: arrancar el día con un desayuno bien cargado, caminar hasta la Cascada Grande, seguir por el sendero al Peñón del Águila (donde incluso hay canopy para los más aventureros), y cerrar con una merienda en alguna de sus casas de té con tortas centroeuropeas que no tienen desperdicio.

Para quienes buscan silencio, contacto con la naturaleza y un descanso digital real, La Cumbrecita es el refugio ideal. Además, muchos alojamientos tienen vistas espectaculares y fogones internos para disfrutar en modo invierno total.

4. Las microescapadas que no fallan

Si te queda tiempo y ganas, otros destinos cercanos también valen el viaje: Capilla del Monte con sus caminatas al Uritorco, Cosquín con su río y sus peñas, Alta Gracia con su historia y su costado cultural. Y si lo tuyo es el relax total, un finde en las termas de Villa Giardino o San Clemente puede ser todo lo que necesitás para volver renovado.

Y a vos ¿cuál opción te pinta?

Brigitte Hernández Escalona

Grupo Matices / @uncafecitoconbri